jueves, 14 de octubre de 2010

De la destrucción de mi primera tesis.


Estaba sentado en el suelo, mi cama eterna, mi frío compañero; comencé entonces a recordar los húmedos besos de mi primer amante, el olor del sudor que emanaba mi primer besador y la oscuridad reinante de mi primera orgía. Todo estaba encerrado en una extraña cápsula de vidrio, cuyo contenido estaba repleto de sabores y olores indescifrables, y es que el pasado parece una caja fuerte cuya combinación olvidamos a través del tiempo. La costra de las heridas, las llagas purulentas, el ácido de las lágrimas derramadas en la alfombra, todo llegaba a mi angustiada cabeza en ráfagas abundantes y lacerantes, la brisa nocturna vino apaciblemente y me hizo sonreír al pensar en la muerte danzante que siempre estaba sobre el techo de mi rancho.

¿De qué manera recordamos la voz de la madre muerta? ¿Alguien saborea los besos del ser querido, aún cuándo este está tres metros bajo tierra, jugando con blancos gusanos y comiendo húmeda y férrea tierra? Yo no recuerdo la ternura de las caricias maternales, las veo en mi mente, pero no las siento, no me estremezco con un beso en la frente, porque un recuerdo es sólo un lienzo en blanco, algo falta, nada dice, nada ama. Pero abrazamos esas sombras dentro de sombras, esos huesos sin carne, esas flechas sin punta y luego lloramos mirando al cielo, respirando el ahogado aire de los recuerdos, tornando el sol opaco y triste.

Pero la herrumbre de los años no puede con la castidad de ciertos recuerdos, de esos cuya nostalgia, pasión y furor permanecen intactos aún en las almas más atormentadas. Yo poseo muchos en mi memoria, los guardo con fiel y fiera convicción de que en el momento que la senilidad llegue (tarde o prematuramente) me pondrán a salvo de las hienas de la locura. No quiero decir que viviré anclado al pasado, desechando el tiempo recordando y recordando, pero tengo la certeza de que pronto llegará la hora en que recuerdo tras recuerdo mi vida se tornará más armoniosa, pues las calamidades del presente (pasado continuo) y la disconformidad, desarticulación e incertidumbre del futuro no deja mucho que desear, pues pienso que el futuro no es más que una falacia contemporánea cuyo único móvil es movernos hacia la nada, hacia la muerte incipiente del deseo. La eterna búsqueda del futuro es la insípida terquedad del ciego. Como dice Jean Paul "El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados".

Yo por mucho tiempo me dediqué a la absurda tarea de enterrar los recuerdos, creyendo que el olvido me permitiría ser más feliz y más fuerte, pero siempre estaban allí, mirando a través de la ventana, como espías nocturnos, como lechuzas cantando en el umbral de mi hogar, entonces los dejé entrar y permití que fueran ellos quienes decidieran que hacer conmigo, me convertí en su títere y desde entonces soy feliz. Ya no hablo de "los tormentos del pasado" o de "ese horrible recuerdo", ahora todos son de la misma especie, todos son sólo recuerdos, todos habitan en los prados de antaño donde duermen por mucho tiempo y luego despiertan súbitamente, para hacerme sentir odio, amor, deseo, ansiedad, nostalgia y un sin fin de sentimientos que solían desaparecer paulatinamente tras mis ridículos "funerales del pasado".

Ahora mismo he vuelto al pasado, tomando la mano de un amor marchito, diciendo palabras de amor al aire libre, como si de algún fueran a susurrar al oído de mi amado. Él es un vestigio del pasado, pero la materialidad del ser lo trae al presente y por primera vez me encuentro en la paradoja absurda del futuro. Ahora toda mi tesis ha rodado por el suelo y me siento profundamente idiota, el pasado me ha arrebatado un triunfo, pero me ha traído alegría nuevamente, me ha hecho sonreír en la oscuridad y las sombras burlonas comparten mi felicidad. Pobre de mí, entregado a lo que yo mismo he llamado incierto, oscuro y marchito. De nuevo víctima de mis palabras, lacerado por mis argumentos, perdido en el limbo de mi incontrolable deseo de dominar las pasiones.