martes, 14 de diciembre de 2010

Basura Humana.


Se había quedado dormida entre toda su inmundicia. Alrededor de aquella asquerosa mujer se apiñaban latas, papeles llenos de cualquier cantidad de condimentos y salsas, viejas fotografías, prendas de vestir con moho, piel de frutas, huesos verdes, cabello, uñas y otra infinidad de porquerías. Ella estaba tendida sobre un viejo colchón roto, quemado por colillas de cigarrillos, manchado de sudor, regla, orina y sus absurdas lágrimas. Se arropaba con una manta que parecía un coladero, roída por los ratones, cagada por las cucarachas. Todo aquello se me presenta ahora indescriptible, lo que les describo en este relato no se asoma a la verdadera aquerosaidad que absorbía a aquella mujer, y yo debía lidiar con ella y su inmundicia, yo no tenía a donde ir. Pero esa noche acabé con todo, justo después de que la vi rendirse al culto del sueño acabé con esa repulsiva pesadilla. Relataré cuales fueron las circunstancias que me llevaron a cometer tal atrocidad y al final les diré cómo acabé con la miserable vida de la asquerosa mujer.

La odie desde el principio, desde que vi su cuerpo desnudo, fofo y desproporcionado como el de la Venus de Willendorf. No había ningún atractivo en ella, su voz era intolerable, tosca y descuidada al hablar, sus manos masculinas y su cara demasiado idiota me proporcionaban tal repulsión que a veces me venían arcadas y tenía que huír de ella, huír como si de la peste negra se tratara, porque a veces desarrollamos tal aversión hacia alguien, que terminamos enfermando con su sola presencia. Yo intentaba no odiarla, pero cada detalle en ella me hacía actuar contrariamente, comía con la boca abierta, chasqueaba al masticar, caminaba descalza con el piso sucio, tiraba restos de comida al piso y no utilizaba los vasos para tomar agua, sino que lo hacía directamente de la jarra, sin importarle que también yo bebía del mismo líquido. Una noche sentí graves deseos de estrangularla o ahogarla dentro del mismo recipiente de agua, pues la vi tomar directamente de el luego de haber comido pescado, nada más repulsivo se le podía ocurrir a la mujer ¡mujer!.

Poco a poco fueron creciendo sus suciedades, cuando le venía la regla, se limpiaba con cualquier objeto que tuviera a la mano, incluso mis prendas de vestir. Fumaba y tiraba las colillas al piso, bebía y el resto del líquido iba a parar a sus pies, todo en un descontrolado deseo por ensuciar, era como si su necesidad primigenia fuera contaminarlo todo.

Un día dejó de lavarse el cabello, yo le rogaba que lo hiciera, que eso traería más moscas, más cucarachas y cualquier otra cantidad de animalillos a la casa, pero ella desobedeció como siempre y continuó en su desaseo. Aquello en su cabeza era ahora un cuerpo inmóvil lleno de grasa, la sola idea de pensar en la cantidad de bacterías, animales y porquerías que allí se encontraban me producían un asco enorme, las lágrimas corrían entre mi cansado rostro, el odio que sentía hacia ese ser humano despreciable e ínfimo me hacía perder el control de mis emociones. Cuando se antojaba de beber alcohol todo empeoraba, la bestia defecaba en la sala y llena de mierda se iba a dormir, el olor insoportable me obligaba a mantenerme en vela toda la noche, fumando cigarrillos en la ventana.

El clímax de su pervertida asquerosidad fue dejar de bañarse, supe entonces que pronto moriría de alguna infección o algo, pero ese momento nunca llegaba. Incluso llegó a cortarse con una lata de dulces en almíbar (que tanto le gustaban a la pobre) pero la desgraciada no contrajo ninguna infección. No bastaba con la podredumbre de su cuerpo, ahora todo desecho iba a parar al piso, a su alrededor. Así fue como poco a poco fue amontonando la basura en los cuatro puntos cardinales de su came: al norte abundaban sobre todo latas y pieles de frutas, al sur tiraba siempre los huesos y trozos de carne que no podía masticar, al este había millones de colillas de cigarrillos, pues fumaba con su mano derecha y al oeste había papeles manchados de grasa, sangre y otros fluídos coroporales que prefiero no nombrar.

Pronto todo el lugar comenzó a apestar y decidí en ese mismo instante que debía acabar con la vida de esa miserable mujer. Habían pasado dos años desde que me mudé con ella, uno de los cuales había sido medianamente soportable, pero a partir del décimo cuarto mes, todo había ido de mal en peor. La justicia de la divina Atenea no hubiera bastado para inflingir un castigo lo suficientemente fuerte a ese despreciable ser. Yo quería que se tragara su propia inmundicia ¿pero cómo lograría tal empresa? Entonces me vi iluminado como una mañana veraniega por la maravillosa idea de dejarla dormirse, y luego actuar.

La noche del crimen evité darle cualquier alimento o bebida que contuviera cafeína o algún energizante, le di de comer mucha pasta, pues es bien sabido que ese alimento produce somnolencia. Dentro de un cigarrillo inyecté unas gotas de un somnífero natural cuyo nombre no recuerdo, pues entre estas tres paredes y los barrotes al frente, muchas cosas se olvidan. Así la mujer cayó tendida sobre su cama-basura y proseguí con mi macabra pero liberante acción. Primero le inflingí dos golpes en la cabeza y quedó completamente inconsciente, seguidamente la rocié con un fuerte desinfectante para inodoros y con unos guantes puestos me dediqué a levantarla y sentarla sobre una silla. Tenía puertas y ventanas bien cerradas, puse música con un volumen que no permitiera escuchar los gritos que pronto la mujer iba a comenzar a emitir. La desperté con varios golpes en las rodillas y su enorme barriga, cuando abrió los ojos y vio la situación en la que se encontraba, intentó gritar, pero en seguida llené su boca con mierda y carne podre que había encontrado en un contenedor de basura. Las lágrimas bajaban en torrentes sobre sus gordos cachetes, me suplicaba, pedía piedad y perdón. Pero yo no iba a detenerme, ella nunca se detuvo.

Acto seguido introduje en su boca sus propias colillas de cigarro, varias encendidas, quería lacerarla infinitamente, quería que probara toda su basura. Sabiendo que aún tenía fuerzas para gritar, decidí tapar su boca, pues la siguiente etapa de tortura era el final del acto. Tomé un cuchillo común y comencé a abrir el enorme vientre de la vasta mujer ¡cuánto asco, cuánta basura y podredumbre había dentro! El insoportable olor me hizo vomitar a los pies de la bestia y ella lo hizo sobre mi, en medio de mi cólera le clavé repetidas veces el cuchillo en el estómago, la pobre infeliz se quejaba casi en silencio, poco a poco iba cayendo en el abismo de la muerte. Proseguí con mi trabajo y la abrí por completo, yo no sabía cuál era el estómago, no me interesaba tampoco ignorar la anatomía del cuerpo humano, sólo me dediqué a introducir todo lo que pude en su interior: latas, papel, huesos, pelos, cigarrillos y todo lo que encontrara cerca de mi. Así la dejé, llena con su propia basura, comiendo su propia inmundicia, finalmente murió llena de lo que ella había creado. Pronto comparecieron sus verdaderos amigos, ratas, cucarachas y moscas se dieron un festín durante horas.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Diálogo entre Eros y Afrodita.


El sol declinaba en el oeste y sentados sobre una enorme piedra blanca se encontraban madre e hijo, debatiendo sobre las arbitrariedades, contradicciones y belleza del amor. la brisa otoñal soplaba sobre el dorado cabello de Afrodita, mientras que los bucles de Eros resplandecían como oro a los rayos del sol del ocaso.

Afrodita: Creo hijo mío, que lo más importante no es el tiempo que amas, sino el amor a través del tiempo.

Eros: ¿Qué quieres decir con esto madre? ¿Acaso qué es el tiempo quién dicta el provenir de los amores?

Afrodita: De ninguna manera hijo mío, lo que intento decirte, es que el amor de un día puede ser más sincero, puro, elogiable, perfecto y bello que el amor que se profesan los esposos durante cuarenta años. Es innegable que las pasiones efímeras dejan un sello mucho más perdurable que el amor añejo de los esposos.

Eros: Refuto tan execrable idea madre mía ¿es acaso una incitación a la concupiscencia lo qué aseveras?

Afrodita: Si concupiscencia es el modo de conjugar amor e inteligencia, entonces si, es eso lo que asevero. Mira, te daré un ejemplo: Una pareja que sólo haya disfrutado del amor un sólo día, tendrá hermosos recuerdos de su amante, ninguna mancha podrá eclipsar los deliciosos momentos que vivieron en ese corto lapso de tiempo; por el contrario todos los enamorados que se hayan levantado y acostado juntos, comido, caminado y cuidado por un largo lapso de tiempo, tendrán siempre recuerdos indeseables en su alma, puesto que la convivencia prolongada entre dos seres pone a la luz del sol lo peor de los dos.

Eros: ¿Es entonces perjudicial el amor eterno qué se profesan algunos amantes?

Afrodita: No es sólo perjudicial sino estúpido, pues aniquilará pronto cualquier rastro de verdadero amor, quiero decir con esto, que pronto aparecerán ofensas, engaños, burlas y distintos parásitos que se gestan dentro de las relaciones duraderas.

Eros: Tú madre mía me incitas entonces a odiarte, puesto que el amor que profeso eterno amor por ti y desde el día en que salí de tu vientre, no he hecho otra cosa más que amarte.

Afrodita: Yo por el contrario hijo mío, te amé el día de tu nacimiento, pero al siguiente ya sabía que en cualquier momento serías mi peor enemigo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Sobre el miedo.


El acto más importante de nuestra vida es la muerte. Ernest Renan.

Dentro de las terribles calamidades que azotan el alma de los desgraciados, el miedo es sin duda la más cruel y eficaz. Punzante, frío, astuto, engañador por antonomasia, el miedo se disfraza de virtud, de encanto, incluso de valor. Las últimas semanas han logrado sacar lágrimas negras de mis demacrados ojos, pero el germen de todo ese llanto ha venido de mi antiguo temor a demostrar la debilidad de mis costados, siempre me he resguardado de no demostrar "un sólo punto débil", es decir, siempre el miedo se ha disfrazado de engaño, ha tocado a mi puerta y le he alojado como si se tratara de un invitado deseado. Oculté por demasiado tiempo la ausencia de "ella", ocultaba la palidez de mi alma con absurdos trajes coloridos ¡cómo si alma disfrazada fuera un escudo contra el dolor! Yo palidecí poco a poco, me hundía en la ciénaga de la incertidumbre, pero me hundía solo, siempre la soledad fue mi mejor compañera ¿absurdo comentario este? ¿es cierto qué la soledad es una peste cuya única necesidad es destruir la felicidad del hombre? ¡Qué fútil engaño es ese y qué vergonzoso es pronunciarlo! En la soledad encuentras el verdadero sentido y valor de las cosas, pues estás libre de la influencia de las corruptas almas de aquellos que te llevan a la absurda concepción de leyes que realmente terminan por acabarte, por ejemplo una moral universal.

Con el paso del tiempo creí que mi enemigo se alejaría para siempre, buscando refugio en espíritus débiles e inocuos, pero me equivocaba y resultó que la presa más fácil y más predecible era yo. Esto se explica muy fácilmente: siempre cantamos victoria cuando creemos haber vencido algún temor, pero lo hacemos simplemente para autoafirmarnos que somos capaces de hacerlo, mas nunca nos cercioramos realmente de ello. No bastaba con el regreso de antiguos fantasmas que yo creí haber expulsado de mi mundo, ahora venían cantidades de criaturas salvajes que acabarían por devorarme entero, sumiéndome en el terrible dolor de ser desmembrado miembro por miembro, es decir, me hundirían en mis temores más profundos. Así fue como nuevamente la luz debía permanecer prendida durante mi sueño, también regresé al hábito de llorar bajo las sábanas, volví a probar la tierra y sus parásitos, caminé nuevamente sobre brasas y dejé de lado la cordura social para dar paso a la cordura subjetiva.

Ahora mismo me encuentro embargado de temores, la zozobra es mi pan de cada día. ¿Quiénes viven sin miedo? ¡Cuánta blasfemia saldría de mi boca si me atreviera a aseverar quiénes lo hacen! Pero realmente no lo se y la incertidumbre es mi mayor temor. En la bebida bacanal encontré descanso, pero la resaca terminaba por desnutrir la posibilidad de levantarme y renuncia a mi infantil temor a la vida ¿lo he dicho tan prematuramente? ¿vivir es el mayor temor del ser humano? Es mi más sensata y ardua convicción, más no obligo a ser humano alguno a creer en las palabras de un jovenzuelo cuya carrera en la vida se ha basado tan sólo en un somero repaso a la literatura universal, a la evolución y a refutar las tesis religiosas sobre el buen vivir.

He confesado aquí entonces que no podemos librarnos jamás del temor mayor, de ese verbo llamado vivir, una palabra que encierra las más infinitas contradicciones. Siento mucho haberlo hecho tan apresuradamente, a veces no logro filtrar en mis escritos el mayor número de explicaciones posibles a mis tesis, pero he ofrecido algunas de mis visiones y eso basta para mi, para el más cobarde de los seres humanos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Metamorfosis Feroz.


Estaba tendida sobre la cama sucia, manchada de sangre, mierda, sudor y demás secreciones corporales. Muda y ciega, gorda y amargada, esa mujer era sólo una masa informe con ropajes viejos y desgastados, olvidada en la enfermedad, abatida por los días en el olvido, cubierta por el ocaso de la vida. Aquella imagen era casi imposible de describir, pero me atreví a observarla concienzudamente, quise atrapar cada detalle, como si tratara de estudiar un cuadro, debía comprender cada detalle de la horrorosa pintura que se presentaba ante mis ojos. El olor de la mezcla de todos los fluidos emanados del cuerpo de la mujer penetraba en mi interior y me producía continuas arcadas, pero mi interés por grabar para siempre aquel horroroso recuerdo me contuvo las ganas de expulsar el miserable desayuno que tuve esa mañana.

Llevaba más de veinte días tirada sobre esa cama hedionda y vieja, el indigno estado en el que se hallaba la desafortunada mujer era inconcebible. Muchas moscas revoloteaban por la habitación, el nauseabundo olor las había enloquecido y ahora recorrían todo el lugar, buscando enardecidamente la fuente del mal olor, que sin embargo para ellas ha de ser una exquisitez. Los rayos de luz se colaban por una vieja ventana oxidada, caían sobre el piso polvoriento que delataba que no había sido limpiado en semanas. Quería correr del lugar, hasta quise olvidar lo que veía, pero sabía que el fin de la señora estaba cerca y quería observar cómo se extinguía la existencia en aquel cuerpo inmóvil, que sólo delataba un hálito de vida por el movimiento sosegado del pecho.

La escuché gemir varias veces, sus ojos muertos estaban cubiertos por una amarillenta telaraña (así lo describía ella antes de la ceguera total) y estaba totalmente inmóvil, no podía entender cómo seguía viva, aún cuando no estaba conectada a ningún tipo de dispositivo que pudiera mantenerla con vida. La mirada fija en la nada era aterradora ¿en qué pensaba aquél miserable ser? Si pensaba en algo triste, amargo, alegre era imposible saberlo, ya no había lágrimas en sus ojos, de eso estaba seguro, tampoco volvería a ver una sonrisa dibujada sobre el rostro de la mujer, ella era inexpresiva, no por voluntad, pues la enfermedad había terminado por robar toda esencia de la pobre mujer.

Yo la vi consumirse lentamente, antes de quedar tendida sobre esa cama vi como la alegría escapaba de sus ojos y entonces se apoderaba el miedo y la locura de aquellos ojos marrones y tristes. La piel se fue tornando cada vez más opaca, como si la muerte tendiera primero un velo sobre la condenada, primero la sentencia, luego el castigo. Las manos vigorosas se convirtieron en un manojo de dedos callosos y las uñas perdieron su brillantez y ahora eran el hogar de insectillos y quién sabe cuál cantidad de porquerías sobrevivían en la inmundicia de aquellas manos que otrora acariciaban el rostro de un recién nacido. Arrastraba sus pesadas piernas, hinchadas y voluminosas, ahora peludas como las de un animal salvaje, cuando antes habían lucido bellas y contorneadas bajo un vestido de seda o una falda satinada. Era una metamorfosis rara la que sufría esa pobre mujer, no habría crisálida que la convertiría en una hermosa mariposa colorida y alegre que recorrería el límpido aire del verano, esta metamorfosis la encerraba en la crisálida del fin.

Antes de todo esto la había visto llorar por la caída de su cabellera negra y abundante, tirada en el piso reivindicaba su regreso, anunciaba que con la pérdida de su cabello se aniquilaba una parte de su feminidad. La cruel transición hacia la calvicie era atroz, las noches no bastaban para llorar esa terrible pérdida. Y no sólo era el dolor de haber perdido su cabellera de ébano lo que la hacía llorar y maldecir, también la había mutilado. Esa mutilación fue lo que la llevó a aruñar el piso y a rogarle a la madre tierra que le diera fin a la tortura ¿No les había dicho lo de la mutilación? Pues si, habían arrancado su seno derecho, lo habían hecho de la forma más salvaje y brutal que puedan imaginarse, arrancando tendones y nervios y dejando en su lugar una extraña bola de carne que horrorizaba a la desdichada mujer. Yo vi el vacío que quedó en su cuerpo y a ella la vi llorar y maldecir al médico que realizó semejante bestialidad. Esto la sumió en la amargura, la envolvió en el negro manto de la locura, enajenada de todo había renunciado a su papel de madre, dejando en el olvido a su cuarto hijo, un varón que había parido hacía dos años, cuando la demencia no amenazaba con entrar en su casa.

He descrito entonces cómo llegó esa mujer a la cama donde la vi tendida aquella mañana cuando el sol anunciaba la llegada del caluroso mediodía del trópico. Era el veintisiete de diciembre del año 2002. Salí a tomar un poco de aire, pues aquel aire enrarecido ya era insoportable. Afuera el sol brillaba con tosa su intensidad, el trinar de los pájaros contrastaba con la terrible escena del interior de la habitación, fuera reinaba la vida, la luz solar iluminaba la copa de los verdes árboles, el negro asfalto resplandecía y un tenue viento me revolvía el cabello. Pasados algunos minutos se asomó una mujer por la ventana oxidada y me dijo “Su mamá está muerta”.

jueves, 14 de octubre de 2010

De la destrucción de mi primera tesis.


Estaba sentado en el suelo, mi cama eterna, mi frío compañero; comencé entonces a recordar los húmedos besos de mi primer amante, el olor del sudor que emanaba mi primer besador y la oscuridad reinante de mi primera orgía. Todo estaba encerrado en una extraña cápsula de vidrio, cuyo contenido estaba repleto de sabores y olores indescifrables, y es que el pasado parece una caja fuerte cuya combinación olvidamos a través del tiempo. La costra de las heridas, las llagas purulentas, el ácido de las lágrimas derramadas en la alfombra, todo llegaba a mi angustiada cabeza en ráfagas abundantes y lacerantes, la brisa nocturna vino apaciblemente y me hizo sonreír al pensar en la muerte danzante que siempre estaba sobre el techo de mi rancho.

¿De qué manera recordamos la voz de la madre muerta? ¿Alguien saborea los besos del ser querido, aún cuándo este está tres metros bajo tierra, jugando con blancos gusanos y comiendo húmeda y férrea tierra? Yo no recuerdo la ternura de las caricias maternales, las veo en mi mente, pero no las siento, no me estremezco con un beso en la frente, porque un recuerdo es sólo un lienzo en blanco, algo falta, nada dice, nada ama. Pero abrazamos esas sombras dentro de sombras, esos huesos sin carne, esas flechas sin punta y luego lloramos mirando al cielo, respirando el ahogado aire de los recuerdos, tornando el sol opaco y triste.

Pero la herrumbre de los años no puede con la castidad de ciertos recuerdos, de esos cuya nostalgia, pasión y furor permanecen intactos aún en las almas más atormentadas. Yo poseo muchos en mi memoria, los guardo con fiel y fiera convicción de que en el momento que la senilidad llegue (tarde o prematuramente) me pondrán a salvo de las hienas de la locura. No quiero decir que viviré anclado al pasado, desechando el tiempo recordando y recordando, pero tengo la certeza de que pronto llegará la hora en que recuerdo tras recuerdo mi vida se tornará más armoniosa, pues las calamidades del presente (pasado continuo) y la disconformidad, desarticulación e incertidumbre del futuro no deja mucho que desear, pues pienso que el futuro no es más que una falacia contemporánea cuyo único móvil es movernos hacia la nada, hacia la muerte incipiente del deseo. La eterna búsqueda del futuro es la insípida terquedad del ciego. Como dice Jean Paul "El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados".

Yo por mucho tiempo me dediqué a la absurda tarea de enterrar los recuerdos, creyendo que el olvido me permitiría ser más feliz y más fuerte, pero siempre estaban allí, mirando a través de la ventana, como espías nocturnos, como lechuzas cantando en el umbral de mi hogar, entonces los dejé entrar y permití que fueran ellos quienes decidieran que hacer conmigo, me convertí en su títere y desde entonces soy feliz. Ya no hablo de "los tormentos del pasado" o de "ese horrible recuerdo", ahora todos son de la misma especie, todos son sólo recuerdos, todos habitan en los prados de antaño donde duermen por mucho tiempo y luego despiertan súbitamente, para hacerme sentir odio, amor, deseo, ansiedad, nostalgia y un sin fin de sentimientos que solían desaparecer paulatinamente tras mis ridículos "funerales del pasado".

Ahora mismo he vuelto al pasado, tomando la mano de un amor marchito, diciendo palabras de amor al aire libre, como si de algún fueran a susurrar al oído de mi amado. Él es un vestigio del pasado, pero la materialidad del ser lo trae al presente y por primera vez me encuentro en la paradoja absurda del futuro. Ahora toda mi tesis ha rodado por el suelo y me siento profundamente idiota, el pasado me ha arrebatado un triunfo, pero me ha traído alegría nuevamente, me ha hecho sonreír en la oscuridad y las sombras burlonas comparten mi felicidad. Pobre de mí, entregado a lo que yo mismo he llamado incierto, oscuro y marchito. De nuevo víctima de mis palabras, lacerado por mis argumentos, perdido en el limbo de mi incontrolable deseo de dominar las pasiones.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La luz en la ventana.


Pocas veces me atrevo a realizar la ardua tarea de escribir sinceramente sobre algún suceso particular de mi vida, tal vez porque evito lacerarme con palabras mudas, como la pena que me embarga en este momento. Esta pequeña historia comienza en un lugar terrible, donde el vómito se cuela por las paredes del baño, la orina gotea desde el techo y las voces se pierden en el infinito farfulleo colectivo. No se por qué Voltaire rozó fugazmente mis labios, pero supe enseguida que el pez estaba en la red. Las botellas se amontonaron, las colillas de cigarrillos caían constantemente sobre el inmundo piso y yo sólo quería irme con él.

La madrugada era fría y húmeda, una brisa helada bajaba desde las oscuras montañas, el tráfico se había detenido y en la radio sonaba una vieja canción que hablaba sobre la nariz de una esfinge o quizás sobre la inestabilidad emocional y las imperfecciones de Dios. Yo hablaba de cáncer, muerte y la inconmesurable debilidad del ser humano, del tráfico de sentimientos y de la caja de Pandora. Él sólo escuchaba atentamente, sentado a mi lado, con las manos sobre las rodillas y fumando un cigarro. Mi historia terminó rápidamente, debido a que el alcohol extranguló mis cuerdas vocales y hablar adecuadamente se tornaba más y más difícil. La madrugada se hizo más oscura y fuimos a la casa de su padre. Había candados por todas partes y pasaron más de cuarenta minutos antes de que pudiéramos entrar, él tenía un manojo con muchas llaves y ninguna parecía funcionar, ni en las cerraduras de las puertas ni en los candados. La oscuridad no facilitaba la tarea, además hacía un frío infernal que me hacía rechinar los dientes, estuve a punto de pedirle que me llevara a casa, pero finalmente todas las cerraduras cedieron y entramos...

Adentro había un silencio absoluto, la casa estaba toda cubierta de polvo y además no había un sólo mueble, por lo tanto Eco hizo su aparición y se le escuchaba por todas partes. Él encendió algunas luces, caminó por toda la casa y luego las volvió a apagar, nos envolvieron nuevamente las tinieblas. Fuimos hasta la sala y nos sentamos junto a la ventana, allí entraba la luz del farol de la calle y alumbraba la mitad de su cara, su perfil en la oscuridad parecía el de una estatua griega alumbrada por la luna, yo estaba embelesado mirándolo y él me miraba fijamente, yo quise retroceder, pero no pude. Yo estaba muy cansado y apoyé mi cabeza sobre su pecho, ahora lo miraba mucho más cerca, sus ojos buscaban los míos en la espesura de la madrugada y yo me dejé encontrar. Nos besamos largamente, sus labios eran del más suave terciopelo y sus brazos me abrazaban fuertemente, su virilidad me excitaba en demasía, estaba tan a gusto que deseé que la luz del día no llegara en mucho tiempo. Desnudos en el frío piso seguíamos acariciándonos, sus besos iban en todas direcciones de mi cuerpo y yo le correspondía de la misma manera. Yo lo tomaba suavemente por el cabello y lo acercaba hasta mi boca ¡qué divinos labios tiene! Si alguien hubiera pasado en ese momento, habría visto a través de la ventana cómo se abrazan las sombras, porque así veía yo nuestros cuerpos, como dos sombras en éxtasis, devorándose mutuamente, una orgía con la oscuridad. El calor de su cuerpo terminó por mitigar el terrible frío, y abrazados en el piso, envueltos en la lobreguez de la sala empolvada llegamos al clímax. Largo rato permanecimos sentados, besándonos cálidamente. La luz en la ventana nos acompañó y siempre supo que yo me iría solo.

No diré nada de él, ya se ha ido.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Confesiones II.


He de hacer mi segunda confesión temiendo el repudio de todo aquel que se atreva a leerme, pues podrá pensar que todo cuanto he dicho ha sido construido sobre la enclenque estructura de la falsedad. Sin embargo debo preguntar ¿es lícito que un ser humano haga la abominable afirmación de no haber mentido jamás? Dios mismo repudiaría a ese ser y lo esclavizaría al aburrimiento del cielo.
Yo por el contrario adoro las mentiras, mi abuela solía decirme “la mentira es la hija mayor del diablo” y he de decir que soy un lacayo de esa noble mujer que los imbéciles “sabios y correctos” llaman mentira. Mentir se convierte en una valiosa herramienta para llegar a determinados fines, sin correr el riesgo de atravesar un peligroso medio. Además al mentir pones a prueba tu verdadera capacidad para recordar, esto sin exceptuar la maravillosa tarea de invención a la que conlleva una mentira tras otra. Anatole France tiene una hermosa frase para describir cuán importante es esta cualidad del hombre: “Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento”. ¿Hace falta que diga el significado de la frase? No, claro que no, ustedes mis queridos mentirosos, perciben cuan falso es el universo, incluso cuando un “letrado” trata de probarles una verdad.
¿Es acaso posible encontrar amor a través de las mentiras? ¡Pero absolutamente! Me atrevo a aseverar que el amor no es más que una quimera de insensateces, una de las más grandes fuentes de mentira que pueden existir en el universo, prueba de ello es la facilidad con la que se deja de amar, y si se le adjudica esto a causas psicológicas no es mi asunto, pero es tan claro como un manantial, que todas las historias amorosas se fundan sobre mentiras, desde amores poéticos (Madame Bovary) hasta los que se nos presentan como reales y más próximos a la cotidianidad, tal es el caso de los padres divorciados, o de la amiga que llora en nuestra sala porque su esposo la ha abandonado. Algunos pensarán que es ridículo y absurdo conseguir el amor a través de la falsedad, pero yo los invito a buscar en lo profundo de su alma, y entonces encontrarán una fuente de engaños, producto del “amor” que se siente por el otro ser.
Cuando “amamos”, ocultamos cosas al otro ser, en la mayoría de los casos “para no hacerle daño”. Esto no es más que una forma de mentir de menor grado, pues hay distintos tipos de mentiras. He decidido por tanto calificarlas en distintos rangos, para demostrar con qué frecuencia mentimos sin darnos cuenta, esto por tanto, nos convierte en seres autoengañados, no por el hecho de decirla, sino que constantemente mentimos acerca de nuestras mentiras. Pareciera un absurdo e interminable trabalenguas, quizás os aburra este escrito, no ha sido esa mi finalidad, pero ha sido un arduo trabajo escribir mi segunda confesión, sobre todo cuando todo cuanto digo queda en tela de juicio. He de comenzar pues con mi calificación:
-Mentiras “piadosas” o “blancas”: así se les llama de forma eufemística a aquellas mentiras que el hombre piensa que no tendrán trascendencia alguna ¿se ha oído alguna vez mayor estupidez? ¡cómo si no fuera necesario mentir un millón de veces más para poder llevar una historia medianamente coherente, pequeñamente humana! No son ni blancas, ni rosadas, son simplemente mentiras, y una vez que te sumerges en el lago del engaño, no querrás dejar de beber de su agua. Nietzsche ya ha hablado de la increíble facultad que tenemos para mentirnos a nosotros mismos, pone un ejemplo muy básico y al mismo tiempo infalible: “Calcular, es una forma de mentir”. Es por eso que reafirmo nuevamente que mentir es naturalmente humano, incluso en situaciones que no lo ameritan, distorsionamos la verdad ¿eufemismo nuevamente? ¡mentimos! Cuando negamos la verdadera razón por la cual dejamos de hacer una tarea, o por qué dejamos de asistir a una cita, aunque parezca una “pequeña mentira” “piadosa y blanca”, simplemente engañamos, no decir la verdad es engañar, no hay por qué presumir de verdades cuando la falsedad está latente. Incluso, mi clasificación es un engaño…
-Mentiras medianas: Esta clase de mentiras suele ser peligrosa y dañina, pues no hace más que inflamar de dudas y arrepentimientos a quien las ha dicho. Por ejemplo cuando se miente a los padres, el adolescente sufre un ataque de remordimiento que le hincha el alma de desconfianza y temor, porque se ha “pecado”. Esto no es más que una forma de aniquilar la vida, quiero decir, el absurdo temor con el que nos han criado, ese de ver en la mentira un acto de vileza y cobardía, cuando realmente la mentira es la mejor aliada del poder y la gloria ¿un ejemplo?, lo diré al final y seré muy breve, pues la tercera clase de mentiras es la que nos ha permitido persistir como civilización. La esperanza es otra forma de mentira mediana, pues nos empeñamos en creer que las cosas mejoraran (casi siempre por si solas), cuando no hacemos nada al respecto, la esperanza nos deja en un estado de quietud miserable, donde dejamos a la deriva todo nuestro porvenir. Lo mismo sucede durante la enfermedad terminal, engañamos a la vida con la falsa lejanía de la muerte…
Mentiras de poder o gran mentira: políticos, reyes, filósofos y Dios.

“Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”. Adolf Hitler.

martes, 21 de septiembre de 2010

Confesión I


De cada atrocidad que cometí en mi vida, nunca me arrepentí de ninguna, mucho menos de aquellas donde se veía comprometida mi "reputación", ese absurdo y malévolo concepto que no define sino un enjambre de concupiscencia y pecado que los ciegos y mediocres "sabios" usan para manejar al rebaño aturdido. A diferencia del resto de los pecadores, yo disfruto mis pecados, los saboreo con paladar felino, copulo constante y agresivamente con la insensatez, madre de toda la genialidad humana. Esto es como habrán notado mis queridos lectores una confesión, pero no una confesión cualquiera, no un proceso burdo y aburrido como el de los católicos, quiero decir, ese tipo de confesiones donde te arrodillas detrás de una rejilla y le pides perdón a un glotón, cerdo y mal vestido hombre, es una tarea de Inquisición.

Yo por el contrario, la hago pública y divertida, yo me burlo del dogma cristiano y del absurdo y execrable proceso ético de la sociedad, yo soy una bestia escritora, yo poseedor de la fuerza ancestral de la verdad, me rehúso a callar mis pecados, porque la sensualidad de cada crimen, de cada cada idiotez, de cada pecado, es mi única verdad, mi mas preciada amiga, lo Bello de cada día que he vivido, ha sido el acto de pecar, pero no cualquier clase de sacrilegio contra la voluntad de Dios, ¡no! mis crímenes, son de hecho la fuente inimaginable de la vida.

He aquí una breve descripción del último crimen cometido. Se trata esta vez de un hecho común y vulgar, casi imperceptible, pero de hecho, de gran envergadura. Hace algunas semanas, sentado en mi escritorio, rodeado de viejos libros y revistas, decidí alejarme de todos los problemas estéticos contemporáneos, para tomar una copa de vino. Me embriagué y quedé tendido sobre la alfombra hasta la mañana siguiente. El intenso sol se filtraba a través de las cortinas vinotinto, manchando de rojo toda la habitación, dándole un aspecto de prostíbulo económico y vulgar, una especie de bar de mala muerte, donde pueden ir a reunirse todos los maestros de filosofía y descargar sus reprimidos deseos sexuales. Sucede que algunas veces nos levantamos y no sabemos si los recuerdos (o pensamientos) que pasan en esos instantes por nuestra cabeza son sueños o sucesos de la noche pasada; por tanto quedamos ensimismados por largo rato, meditando sobre esas acciones que hemos cometido, actos lúbricos y maravillosos, pecados divinos, bailes donde todos llevamos la máscara de la lujuria. De repente lo recordé todo, supe que no estaba solo en aquella habitación, una sombra se acercaba a mi espalda, entonces reconocí a mi joven amante. Él tiene catorce años, hermosos ojos grises como el otoño y la piel tersa y suave, tan divina como la piel del durazno. Él es mi ahijado, y vive conmigo desde que murió su madre. Ya se lo que deben estar pensando todos mis lectores, pero no, no abusé de él nunca, no lo besé sino hasta que tuvo trece años, aunque si he de confesarlo, me enamoré de él apenas cumplió los doce, pues a esa corta edad ya parecía un joven de dieciseis o dieciocho años, con un cuerpo atlético y esbelto, como venido de la antigua Grecia, además con un magnífico conocimiento de las artes antiguas (más que de las modernas y contemporáneas) y un exquisito gusto por la filosofía moderna. Fue él quien se acercó a mi por primera vez y me dijo: "Me gustan los hombres, me gusta mi profesor de filosofía". Yo no dije nada, lo miré fijamente y comprendí todo, yo era su profesor de filosofía.

Anoche por primera vez hicimos el amor, él tiene catorce años, yo tengo más de treinta. ¿Soy un vil y asqueroso villano, un canalla que pretende hacerles creer que un joven hermoso e inteligente vino a mi sumisamente, en busca de amor y lascividad? No pretendo convencerlos de nada, sólo hago mi confesión, sin omitir detalles importantes como la edad del mancebo o las circunstancias en las que se produjo todo. Yo soy profesor de Arte Renacentista en la Universidad de... y vivo en la ciudad de P..., vivo solo, no tengo mascotas, tampoco muchos amigos. Él viene a verme cada fin de semana y se queda a dormir, cenamos juntos y de vez en cuando damos un paseo. Le gusta leerme poemas de Baudelaire cuando estoy casi dormido, lo sé porque su tono de voz se vuelve grave y seguro, como si del poema surgiera un nuevo ser, inquebrantable y eterno, un Dios poeta.

Este es mi pecado favorito, abolir la pureza de este joven de catorce años, hacerlo partícipe de mis más lúbricos deseos, ahogarlo en el placer de los sentidos, oírlo gemir de satisfacción, verlo sudar en mis brazos y besarlo hasta el final del placer, cuando los cuerpos explotan y súbitamente se separan, para luego volverse a amar en un impetuoso abrazo.

He llegado al final de mi primera confesión. Dios me perdone.

domingo, 15 de agosto de 2010

Paradojas nocturnas.


El sueño de la razón produce monstruos, Capricho número 43. Francisco de Goya.

La noche es cómplice del asesino más descuidado. Las sombras siempre ocultan parcialmente casi cualquier clase de "crimen", desde la prostitución hasta los asuntos políticos. Él escoge las noches despejadas de los domingos, cuando las calles vacías, llenas de papeles, condones y envoltorios de dulces, no ofrecen espectadores o viejas asomadas en sus antiguas ventanas de hierro. Esa noche era particularmente tranquila, la señora de los teléfonos no estaba sentada bajo su enorme sombrilla y las ratas paseaban libremente en las aceras, como conejos en el campo. Así que él decidió bajar los ciento siete escalones que van desde la puerta de su departamento hasta la puerta de entrada del edificio, ciento siete escalones que habían recorrido más de cien de sus amantes. La brisa fría le hizo guardar sus manos en los bolsillos, así que su marcha parecía la de un vagabundo en una terrible noche de invierno londinense. Cruzó la calle y casi pisa la cola de una enorme rata gris que devoraba un pedazo de pan, el animal corrió y se escondió en un agujero de una pared con un enorme cartel que rezaba "¡La Revolución Avanza!", él pensó en lo paradójico de aquella imagen y una gran náusea le hizo acelerar la marcha.

Siguió derecho y pasó frente a una de las miles de Plazas Bolívar que hay en Venezuela, le produjo risa ver varias palomas dormidas encima de la cabeza del "padre de la patria", unas cuatro o cinco ratas voladoras triunfantes sobre un espectro, cuatro o cinco culos vertiendo toda la mierda sobre la enorme mole de bronce, quiero decir, otra paradoja más. Así que él pensó en lo burlesca que se presentaba esa noche, mientras él iba en pos de un orgasmo, las palomas y las ratas eran las verdaderas dueñas de la ciudad, por las noches, casi todas las ciudades se convierten en un zoológico, pero los enjaulados somos nosotros.

Unas cuadras más adelante pasó frente a una iglesia y sentó un rato a observar el enorme Cristo con las manos abiertas que corona la cúpula octogonal, la luna se asomó detrás de unos cúmulos de nubes y la escultura adquirió un tono plateado, la imagen golpeaba su mente, y recordó una vieja frase que había oído en uno de los seminarios de arte a los que había asistido en su juventud, la frase decía "La imagen golpea la mente". Cuando culminó aquel momento catárquico, él se levantó y vió a dos indigentes copulando asquerosamente sobre unos cartones, justo al lado de la iglesia, continuos al cuerpo de Cristo. Dios se había convertido en un voyeurista, Dios es un aberrado sexual, Dios lo observa todo.

Todas las paradojas de la noche le hicieron estremecerse, una corriente helada invadía cada vena de su cuerpo, la sangre parecía fluír con dificultad, como si se hubiera enfriado hasta el punto de cristalizarse. Encendió un cigarrillo y marchó con lentitud, como un turista que disfruta su última noche en París, caminando tranquilamente por los Campos Elíseos, contemplando la eternidad del arco de Napoleón, desviando su vista hacia todas las maravillas que semejante paisaje ofrece al ojo humano. Cuando el último residuo de ceniza cayó al piso, había llegado a su destino, tocó el timbre y Sebastián abrió la puerta. Pero antes de entrar, tomó el crucifijo que colgaba de su cuello y pidió perdón a Dios.

lunes, 9 de agosto de 2010

24 horas.


El minutero sigue su marcha fúnebre, hacia el vacío infinito de los números, una marcha triste y pausada, rumbo al olvido. Yo mientras tanto espero sentado, sobre ropas viejas, fotografías veladas y flores secas, tomado de la mano del destino y atizando el viejo fuego de los recuerdos, para no abandonar la cordura y rendirle tributo a los sueños. Es que yo no puedo abrir el viejo sobre, imaginar su inmaculada caligrafía, llena de pomposas frases románticas y versos que me hacen desfallecer instantáneamente. He soñado muchas veces con ir a su casa, tocar la campanilla negra que cuelga en su puerta y entregarle el viejo sobre, pero las fuerzas me fallan, mi voluntad es débil y absurda, el miedo es mi mayor enemigo, pero me salva del remolino amoroso.

La semana pasada hable con ella, le dije "Eres quizás, el ser humano con mayor dicha en el mundo, pero no en tu vida". Sus ojos se clavaron como dos lanzas negras sobre mis labios, no en mis ojos, sino en mis labios, mi arma más letal. Su sonrisa cínica fue un sablazo en mis manos, tuve un momento de vértigo y me repuse nuevamente, tomé fuertemente su muñeca, la acerqué hacia mi, llevé mi rostro muy cerca del suyo, como si me fuera a despedir con un beso y le susurré "Tú dicha no está dentro de un sobre".

Esta mujer (como todas las demás) tienen un marcado defecto, un extraño convencimiento (que ellas creen que es conocimiento)de que el hombre no puede resistirse a sus grises telarañas. Yo encuentro a las mujeres demasiado débiles e inoportunas, sobre todo una vez que se convierten en madres, cuando desarrollan un extraño y empalagoso "instinto maternal". Una vez que la mujer ha dado a luz, se adueña de la vida del nuevo ser, como si el parto significara una sentencia de muerte y no de vida para el nuevo individuo. Las mujeres se posesionan de todo cuanto se les acerca, como si de objetos se tratara, por eso nunca le entregaré ese sobre.

Bien, una vez dicho el principal defecto de las mujeres, pasaré a decir el motivo de mi descontento con esta mujer en particular. Hace nueve años, me encontraba yo de viaje en Francia, pues hacía una investigación sobre la influencia de la arquitectura gótica en la arquitectura de rascacielos. Comencé por Chartres, luego me fui a Lyon y finalmente llegué a la capital francesa en el mes de septiembre, cuando el cielo ya se había teñido de plomo y los árboles comenzaban a desnudarse lentamente. Como dije, me encontraba yo en París, en el mes de septiembre, y el frío otoñal ya comenzaba a sentirse, por lo menos yo, acostumbrado al trópico sentía ya bastante frío. Una tarde estaba en un café de la Rue de Rivoli, tomando un café y fumando un Marlboro, regalo de una vieja amiga venezolana, cuando veo pasar a Mary Jane, vestida con un hermoso vestido rojo, estampado con círculos blancos y una cinta roja en el cabello. Me quemé la lengua y los dedos, se detuvo el reloj de pulsera que llevaba puesto y el tráfico se había congelado para retener aquel instante. Me paré de inmediato de la silla y corrí a saludarla, ella no me recordaba, había olvidado el sobre, allí donde me confesaba su amor en 16 hermosas líneas de inmaculada caligrafía. No insistí en hacerle recordar mi nombre, ni mi rostro, mucho menos iba a intentar que recordara su amor por mi, si algo hay de machista dentro de mi, es la increíble capacidad para rechazar a las mujeres torpes.

Regresé a mi asiento, sin café en mano, sin otro sentimiento que un terrible desprecio hacia todas las demás mujeres del mundo, me avergoncé, pero asumí mi posición con coraje y resignación. No olvidé la inexpresividad del rostro de Mary, fría, despreocupada e idiota, se había convertido en una auténtica mujer, debía despreciarla por ser otra estadística de ciudad cosmopolita, porque en las grandes ciudades las mujeres suelen volverse más ridículas, mucho más predecibles de lo que son las niñas de un pueblo platanero, o de una granja alejada del tráfico y del smog.

A Mary Jane la conocí en la Universidad de Estocolmo, cuando yo tenía solo diecinueve años de edad. Ella estaba en la facultad de filosofía, era mayor que yo dos años y su novio tenía 27 y era profesor de historiografía en la facultad de letras de la misma universidad. Carlos era un tipo bajo, moreno y de ojos salientes, nada en él era atractivo, ni siquiera su aparente inteligencia, pues una vez llegó a decirme que la literatura hispanoamericana, tenía como único fin, reivindicar el valor que los indígenas tienen en la historia universal. Su fea sonrisa, dejaba entrever los dientes amarillos, no se si por la nicotina o el café, lo cierto es que eran asquerosamente amarillos, parecían pequeñas caras de enfermos con problemas renales. Mary Jane lo amaba ciegamente, no había un día que no me hablara de las maravillas y cualidades de su excepcional hombre, no había un sólo día en que esa mujer cruel y mentirosa, no me recordara mi terrible padecimiento. Sin embargo poseo una cualidad femenina, quizás la más importante de todas, yo Fernando García, colombiano de 29 años de edad, sé guardar muy bien mis sentimientos, y no mostrarlos salvo en ocasiones excepcionales.

Nunca dije lo que sentía por Mary Jane hasta el momento oportuno, es decir, luego de la muerte de Carlos. Mary Jane aceptó mi amor dócilmente, casi con desespero. Dentro del sobre, donde me declaraba su amor me decía lo siguiente: "Gracias por estrangular a Carlos, yo nunca tuve las agallas para tomar su diminuto cuello y apretarlo con la misma fuerza que tus viriles manos lo hicieron. Tú me has liberado de la desdicha y las sombras de una relación cuya única razón era mi ambición. M.J" El sobre también contenía todas las cartas que Carlos le había entregado, todas marcadas con una enorme X negra.

Yo nunca le entregué un sobre de vuelta, yo nunca escribí una carta para ninguna mujer. F.G.

viernes, 23 de julio de 2010

Metamorfosis


Soñando con un límpido y augusto cielo
Te arrastras, te duermes, te mueres
Pobre y triste criatura
Belleza incipiente y rastrera.

Encerrada en una noble celda
Sueñas la luz, sueñas el viento
¡oh triste criatura presa de miedo!
La iracunda lluvia traerá el desespero.

Y tus tenues alas bailarán
Sobre campos verdes, sobre cementerios
Y surcando el cielo encontrarás la muerte.

viernes, 25 de junio de 2010

El ocaso de las palabras.


Para expresar cosas bellas no necesitas decir cosas bellas. El habla es una herramienta sumamente útil, pero inacabada, sus partículas punzantes y devastadoras desgarran el alma de los espíritus más desdichados. Por eso mis palabras están satinadas con la más descarada insolencia e inverosimilitud, las inyecto con una letal dosis de ceguera y locura, las asesino en cada verso, en cada oración, en cada absurda frase, las palabras duelen en el papel y aniquilan en la voz.

La ceguera en cambio, conlleva a los más ancestrales sabores de la vida, al sueño inagotable, a la oscuridad del pensamiento, a la etérea tarde del principio. Hay en los ciegos un pálpito incesante por la búsqueda de la luz, una luz diáfana pero distante, dónde las alas doradas de Eros surcan el límpido cielo azul y la tenue brisa primaveral desciende sobre el inmaculado rostro de la hermosa Afrodita. He visto caer la lluvia sobre el negro asfalto, asomado tras una vieja ventanilla oxidada, viendo ascender el sucio vapor de las arcaicas alcantarillas de una ciudad podrida en llanto, vejada por el olvido, manchada por las palabras. Mi joven alma se rehúsa a concebir este paisaje tétrico y lóbrego, renuncio a mi capacidad para ver y me entrego a la placentera noche inacabable, dónde la muerte sabia e iracunda, me tomará entre sus cálidas manos, me cubrirá con su blanca mortaja y me ahorrará la terrible agonía de esperar la salida del sol.

viernes, 28 de mayo de 2010

Coloquio entre bestias y un tonto.


El mediodía es la parte del día más molesta, si vives en el trópico lo es aún más, pues los terribles rayos del sol abrasan cada parte de tu cuerpo. La historia que relato a continuación sucedió entre las doce y las dos de la tarde, un día bastante soleado en la ciudad H...dónde todos parecen absorber las bestialidades del medio que los rodea, una especie de aletargamiento consume a estos pobres desdichados. Bien, a muchos les parecerá mi historia un poco absurda y hasta grosera, pero me niego a dejar de publicarla, no necesito de la buena o la mala crítica, por primera vez sólo busco sentido común.

Hallábame yo en la biblioteca buscando ciertos matices del arte contemporáneo, arañando libros vejados por las manos de tantos y tantos estudiantes, algunos de los cuales tenían dedos que sólo movían las páginas, creo que muy pocos se detienen a analizar el contenido de esos objetos rectangulares que llenan las estanterías de los burgueses de París o de Roma, incluso de C...Al final del largo corredor que suponía una sala de lectura vi a las dos bestias protagonistas de mi historia, el otro era sólo un idiota. Vi como el joven E... se acercaba hacia las dos bestias y al cabo de unos minutos fui testigo de las calamidades que allí se debatían. He aquí las mismas palabras que las bestias y el idiota utilizaron durante aquel horrible mediodía:

Idiota: Tengo el presentimiento de que la nación colapsará en cualquier momento, ya las calles están sepultadas bajo toneladas de basura, de basura humana.

Bestia 1: Tú no eres más que un resentido, un inconforme que desprecia execrablemente a la patria que lo ha visto nacer.

Bestia 2: Además te quejas desmesuradamente, pero no te veo actuar para cambiar el rumbo del bote.

Idiota: ¿Qué puedo hacer yo, si mis palabras son como piedrecillas que intentan derribar a un cíclope, mis discursos llegan a oídos de personas tenaces, pero se diluyen en los oídos de las bestias.

Bestia 2: Te quejas de todo, complicas todo, llamas cloaca a la ciudad de C...

Idiota: ¿Qué otra cosa es entonces un lugar dónde todo el patrimonio ha sucumbido ante la ceguera de un pueblo idiota, ante las arbitrariedades del tirano inmundo y ante la exacerbada y maloliente creencia de que todo irá bien? Por las calles de C... deambulan espectros y ratas pestilentes, pero jamás un ser humano.

Bestia 2: Sólo ves lo malo de las cosas, pero no te atreves a mirar más lejos de nuestras fronteras, pienso que H... o N... son naciones que están en peores condiciones.

Idiota: Es por antonomasia que las bestias se comparen con algo peor que ellas.

Bestia 1: ¿Nos has llamado bestias?

Idiota: Sólo he dicho bestias, no he señalado a ninguna.

Bestia 1: Creo que estás navegando en un mar demasiado violento, tú mismo eres violencia.

Bestia 2: Violencia, odio y rencor.

Idiota: He aquí mi tesis sobre esta aborrecible nación: La falta de memoria histórica ha creado seres como ustedes, he dicho bestias como ustedes, conformistas, palurdas, mediocres e insípidaas. Ustedes desangran nuestra nación a causa de su desaliñados "razonamientos" y su fría mirada hacia la realidad, se empeñan en ir de espaldas hacia el norte, caminando en muletas y olvidando, siempre olvidando, el olvido siempre puede "calmar" el sufrimiento, pero no borrarlo. Una vida plena y feliz no se construye con "olvido", se construye con valor e integridad, con una potencial fuerza para derribar los panales de las abejas mediocres, con audacia para debatir las ideas acarameladas del socialismo aberrante del siglo que corre bajo nuestros pies. Ustedes son bestias con un enorme grillete, están atadas al destino de otros millones y no pueden pegar sus pestañas, porque no parpadean, porque han sido despojadas del hálito de todo intento de vida. Ustedes bestias malolientes, se encargan de despojarnos de toda felicidad, porque ustedes apoyan los ultrajes, aún cuando son víctima de ellos...Pandora ha traído menos desgracia a la humanidad que ustedes, dentro del ánfora receptora de los males del hombre, no se encontraban las calamidades que ustedes han creado...

viernes, 1 de enero de 2010

¿Comienzo o final?


Perecen todos los cerdos en la boca de los aborrecibles cerdos, caen las estrellas como pequeñas gotas de felicidad y gritan los miserables por un año lleno de "alegría y prosperidad". La mediocridad los consume, fuera todo es muerte funesta, dentro es apenas un funeral. Las luces están apagadas, las velas encendidas, la cena está servida, falta algo, no, no falta nada. Sólo cuatro almas dispuestas en la sala del apartamento de la mujer que duerme desnuda y sola, ni siquiera su perra se compadece de ella. Devoramos nuestros cubiertos, sorbemos todas las gotas de vino, oigo tambores y tocan la puerta, son las bacantes que han venido a festejar junto a nosotros. Nos retratan colgados en medio del delirio, agudizados los 9 sentidos y riendo endemoniadamente porque Cristo murió en la cruz por nosotros. El sonido de los tambores cesa por un momento, el agua tibia baña mi cuerpo desnudo y mis amigos siguen riendo estrepitosamente, tal vez porque Cristo quiere ir de compras con sus amigas.

¡Cuánta euforia, cuánto delirio, cuánto amor gravitando a nuestro alrededor! Alegoría de la amistad con cuatro cuerpos desmembrados ¿moribundos? ¡Se han fundido en uno solo, por eso fueron desmembrados!

La calle es un carnaval agonizante, colmada de disonancia y vómito donde pululan gusanos rosados que salieron del estómago de algún hermafrodita. Gritos, fuego y luces disfrazadas, todos "matan el tiempo" en espera de un nuevo amanecer.

Se aunan los cuatro cuerpos para unirse al vulgo en el nefasto homicidio temporal, mientras las lágrimas se han evaporado en la hoguera del aquelarre. ¡Fuego por todas partes, qué modestia del ser humano al admitir su volatilidad y qué ironía que juegue con el elemento que consumirá sus pecados!

Los abrazos se multiplican en un santiamén y en un instante "damos felicidad y prosperidad", sin embargo la peste sigue su danza macabra, la muerte baila en tacones y los políticos mastican nuestras vísceras con dientes de diamante. Con cigarrillos en los bolsillos y una botella de la sangre de Baco en la mano volvemos al castillo, bailamos, bailamos, bailamos.

Nos separamos. Karol, Isaac y yo nos dirigimos a un lugar donde la gente usualmente va a divertirse, a esos lugares se les llama discoteca. Reinaba el desorden y la lujuria, en las caras de los asistentes se podía leer "fóllame". Metí la lengua en un par de gargantes y divisé en algunos rincones las caras de víctimas pasadas, de fantasmas que atravesé con la flecha de la arrogancia inédita. Bailamos, bailamos, bailamos.

El alba despunta en algún lugar del mundo ¡qué bestia! quise decir en algunos lugares del mundo ¡el mismo error! Yo me voy a dormir junto a mis amigos, en la misma cama, en el mismo universo. el candor de la madrugada me provoca náuseas...


Adiós "viejo año", yo continúo comiendo nueces de oro, tú acabarás en el baúl de alguna vieja decrépita, comiendo viejos periódicos, ahogándote en polvo añejo.