viernes, 25 de junio de 2010

El ocaso de las palabras.


Para expresar cosas bellas no necesitas decir cosas bellas. El habla es una herramienta sumamente útil, pero inacabada, sus partículas punzantes y devastadoras desgarran el alma de los espíritus más desdichados. Por eso mis palabras están satinadas con la más descarada insolencia e inverosimilitud, las inyecto con una letal dosis de ceguera y locura, las asesino en cada verso, en cada oración, en cada absurda frase, las palabras duelen en el papel y aniquilan en la voz.

La ceguera en cambio, conlleva a los más ancestrales sabores de la vida, al sueño inagotable, a la oscuridad del pensamiento, a la etérea tarde del principio. Hay en los ciegos un pálpito incesante por la búsqueda de la luz, una luz diáfana pero distante, dónde las alas doradas de Eros surcan el límpido cielo azul y la tenue brisa primaveral desciende sobre el inmaculado rostro de la hermosa Afrodita. He visto caer la lluvia sobre el negro asfalto, asomado tras una vieja ventanilla oxidada, viendo ascender el sucio vapor de las arcaicas alcantarillas de una ciudad podrida en llanto, vejada por el olvido, manchada por las palabras. Mi joven alma se rehúsa a concebir este paisaje tétrico y lóbrego, renuncio a mi capacidad para ver y me entrego a la placentera noche inacabable, dónde la muerte sabia e iracunda, me tomará entre sus cálidas manos, me cubrirá con su blanca mortaja y me ahorrará la terrible agonía de esperar la salida del sol.

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