miércoles, 10 de octubre de 2012

Fin del primer acto


Sí, los animales suelen ser nuestros más fieles cómplices en casi cualquier fechoría que cometemos. 

El viejo patio servía de sala, cocina y comedor, pero era también la casa del gato. Colillas de cigarro, pinturas en las paredes, viejos trastes en el piso, un televisor de los años cincuenta con una calavera, y marcos de cuadro sin un cuadro que enmarcar, todo aquel lugar parecía decorado por un surrealista. Me senté en el pequeño sofá que a su vez servía de sillas para el comedor y cama para el gato; todo en aquel lugar tenía múltiples funciones, me sorprendía que una olla sirviera como recipiente de comida para el gato y luego como soporte para la mesa; quizá más tarde se usaría como contenedor de orina o de vómitos, quién sabe, ¿fue allí donde preparó el té que me ofreció? No lo recuerdo, ya no importa.

Él se sentó a mi lado y comenzó a hablarme de sus años en el teatro, de la pérdida de la inocencia de las señoritas cuando se adentran en el mundo de la actuación y de sus aventuras con los otros actores. Mientras lo escuchaba, pensaba "toda vida profesional tiene sus lugares comunes: la secretaria que se acuesta con el jefe, la empleada doméstica que viola al adolescente de trece años, la aeromoza que tiene un amante a cada ciudad que vuela, el plomero o mecánico pervertido que suele cobrar cada reparación con una felación; en fin, solemos aprovecharnos de nuestras cualidades profesionales para conseguir favores sexuales, eso es algo innegable."

Si bien sus historias eran interesantes, yo había ido a aquel lugar por otra razón, claro que me entretenían sus relatos y su percepción de la sátira hecha por Moliére a la vida de los burgueses, sus especulaciones sobre la trascendencia de Brecht y su simpatía por el absurdo de Ionesco; pero yo sólo quería bajarle los pantalones y humedecer todo su interior. Nuestra insípida sociedad margina a quienes ganan dinero por labores sexuales y los creen seres vacíos, ignorantes y hasta brutos, simplemente porque se dedican a "vender su cuerpo", ¡cómo si en la mirada del banquero, de la abogada y del médico no hubiera otra cosa que concupiscencia y deseos sexuales reprimidos!, ellos más que nadie quisieran vender su cuerpo y entregarse a las más infames perversiones sexuales, pero la sociedad...

Bajé mis pantalones, él se arrodilló y comenzó su trabajo. La chupaba divinamente, toda. Se la metió en la boca, la humedeció por completo, y continuó en su faena. Su turno llegó cuando ya no resistía más las ganas de ver aquel hermoso culo que yo imaginaba. Lo puse de espaldas a mí, bajé sus pantalones e introduje mi lengua en lo más profundo de sus entrañas, sus gemidos hacían brotar todas las venas de mi cuerpo y entonces le pedí un condón, debía poseerlo por completo.

De repente Moliére no existía, el Surrealismo era una cosa ya olvidada, no existía teatro, ni arte, ni clases sociales, simplemente dos animales sudando uno encima del otro, uno al lado del otro; gimiendo, gritando, retorciéndose como dos bestias ancestrales. Ya no había compasión, miedo, política, odio, masacres o guerras, es como si en ese momento los conceptos hubieran dejado de existir. 

Terminado el acto me vestí y miré hacia el pasillo que me llevaba a la puerta, el gato me escudriñaba con sus ojos de serpiente. Acaricié su espalda y su cola, y me fui.