jueves, 3 de noviembre de 2011

A la señora Josefa.


La señora Josefa fue hoy al banco.

Los ojos azules de la anciana, cubiertos por un manto blanco expresaban - detrás de unos enormes cristales - cansancio, decepción, tristeza y abatimiento. La señora Josefa fue humillada en todos lados esa mañana. En su casa primeramente al salir sin la compañía de algún pariente que le acompañara; en el primer banco al que fue, donde la atendieron con desgana y secamente; y en este banco, donde la ignoraron por completo. Si, la señora Josefa era invisible para muchos.

La pobre vieja caminaba con bastón en la mano derecha - la oí decir que le habían hecho tres operaciones en la columna -, tenía el cabello casi totalmente blanco, salvo por algunos destellos castaños que brillaban en su coronilla. Andaba muy encorvada, su cuerpo casi describía un arco, sin embargo hablaba fluidamente, aunque de modo pausado.

Yo miraba a la anciana con compasión, queriendo ayudarla, pero no podía, ya la mujer detrás del escritorio había negado cualquier posibilidad, y la mandó de vuelta a su casa. La anciana hacía caso omiso de los comentarios de aquella insolente mujer y comenzó a hablar con voz fatigada, casi en susurros, ¡cuántos años de cansancio se percibían en su ronca voz! A los pobres viejos no se les toma en cuenta, se les mira de reojo y se les ignora, como si de un objeto inútil se tratara. Cruel y vil acto el de ignorarlos, ¡cómo si ellos no hubieran construido nuestro presente, incluso parte de nuestra felicidad!

La pobre vieja relataba los trajines de ese día, de esa calurosa tarde cuando tuvo que caminar desde la torre "X" hasta la parada de taxis, tomar uno hasta el ministerio "Z" y finalmente dirigirse hasta el banco "V", donde fue groseramente ignorada. Si, la señora Josefa, de ojos azules y con un bastón en la mano derecha, fue víctima de un presente ingrato.

La vi salir del banco "V", bajando las escaleras pausadamente, con la cabeza baja y el bastón en su mano derecha. Quizá iba recordando sus años de juventud, cuando nadie la rechazaba y caminar era mucho más fácil.

jueves, 4 de agosto de 2011

De lo execrable del amor.


Tenía las manos entumecidas, aquella sensación que experimenté era incomparable a cualquier otra, fue como si en un segundo se alearan todas las formas posibles de placer, desembocando en un pequeño susurro que salió de mi boca.

Pero la mañana corría imparable, rauda y radiante; a través de las persianas se colaba la fuerte luz del sol del trópico y yo continuaba tendido en la cama, deseando que se quedara sólo un rato más. A las 11 de la mañana yo me alimentaba de un recuerdo; la pasada noche se presentaba distante, inalcanzable e imposible, como si de un error se tratara, como si mi recuerdo fuera un sueño y nada más.

Nunca permití que mi noble alma se impregnara de aquel aborrecible "amor" del que suele jactarse el vulgo. No creo que el placer sea mayor cuando "el amor" medie entre dos seres; únicamente el deseo, la voluptuosidad, la pasión y la lujuria son responsables de que el clímax de el acto sexual sea una explosión de placer inconmesurable.

Entonces cuando me levanté de la cama, tomé mi agenda, busqué la dirección de David y me dirigí a su casa, con la firme convicción de verlo en el espejo, follándome como a una prostituta, permitiéndole llevar a cabo cualquier voluptuosidad que se le ocurriera, dejándole vejar mi cuerpo repetidas veces; porque el amor es de la plebe, de esa especie débil y esclava, acostumbrada a sumirse a sentimientos palurdos y execrables. Yo por el contrario me sumerjo entre las más divinas pasiones de la lujuria, permitiendo si que mi cuerpo sea vejado, pero elevando mi alma hacia el ancestral éter, donde moran las nobles almas de aquellos que no se han permitido la desfachatez de cultivar un alma mustia, angustiada de abominables sentimientos que culminan con una vejez aburrida y en compañía, quiero decir, una vejez atada a la vejez.

viernes, 13 de mayo de 2011

Su Boda.


Fue en Londres, sin mi.

¿Recuerdas la gélida noche de nuestra llegada?
¿Recuerdas el gris amanecer de aquel día de navidad?
Ahora siento un frío terrible, cortante, mutilante.
¿Me recuerdas, me extrañas?
Es seguro que no estás, pero yo...
Estas líneas sacan sangre de mis dedos
Este esfuerzo sobrenatural es en vano.

Tu error fue mi error, el amor
Intenté sumergirme en la frivolidad del placer
Busqué la vaga sombra de cuerpo en mi cama
Fracasé, contigo, conmigo
¿Eres feliz, sin mi?
Es necesario el dolor, la causa es lo que aborrezco.

Fue en Londres, sin mi, sin nosotros
Porque allí no estabas tú
Ese hombre taciturno pero feliz no eras tú
Tú habías muerto, en la Abadía de Westminster
En el Parlamento, en la National Gallery, en mi
Yo en cambio vivo en la desesperanza, en el dolor
En la eterna búsqueda de un amor que nunca fue.

domingo, 24 de abril de 2011

Pasadas las doce.


La lluvia, dulce danza vertical,
que disipa mi recurrente angustia nocturna.
Cae sobre la oscuridad, sobre el negro pavimento,
sobre las canas de algún viejo indefenso,
sobre el sexo de algún cadáver en el bosque.
Llega a los verdes pastizales,
ahora negros también como la noche,
hundidos en la penumbra, ocultando algunos secretos,
algunas escenas lascivas, quizás el impune incesto.
Lavas la sangre de algún crimen imperfecto,
corres el maquillaje de las putas de la calle,
ocultas las lágrimas con tu líquido manto.

Llegó rápido y se fue rápido. Piel morena, labios carnosos y provocativos, ojos desorbitados como de fealdad, no de lujuria ¡de fealdad! Lo tendí sobre la cama, lo besé y toqué su viril miembro. No me toques –me dijo él- y dejé de hacerlo. Insistí nuevamente y el fluido bañó su abdomen, le seguí porque quise desprenderme de la incómoda situación. Entré al cuarto de baño y me limpie rápidamente, él dijo que se iba, yo pensé ¡oh qué alivio!
Después de tan desagradable y aburrida experiencia tuve que ocupar mi tiempo en algunas meditaciones y he aquí el enjambre de pensamientos que acudieron después de medianoche, cuando el pesado tráfico no obstruye las jóvenes reflexiones de un alma desesperada.
¡Ay el eterno retorno! Cuántas noches he gastado en intentar viajar a ese pasado marchito, mustio como los minutos, bastardo como cada segundo, pero inmoral como la eternidad ¿Retorno? ¿Acaso una mirada perspectivesca a la ruindad de mi interior? ¿Es ese eterno retorno? Acaso sea un retorno a todas las posibilidades que de niño encontraba en cada rincón de mi alcoba, quizás sea también un retorno a la maldición de la soledad, o mejor aún un, a la infinita muerte, a la madre de todas las cosas, a la conscupiciente y sádica muerte, esa descarada, inalterable e infalible acompañante, la única que bajo la luz de una pálida luna me dice la verdad. Porque la muerte es inmaculada y perfecta, inequívoca y hermosa, la muerte siempre llega después de las doce, cuando callan las aves y vuelan las moscas sobre mi cara.
Sábado, desastroso, día oneroso y lúgubre, cual lápida a la sombra de un ciprés. El domingo desperté y había un hombre a mi lado, hice caso omiso, él es otro espectro, una alucinación causada por mi inconfesado temor de la soledad. Lunes de madrugada, lunes de muerte y resurrección, lunes de mentiras.
Y en la ostentosa creencia del ser humano en la realidad, se halla una pérfida y cruel bestia, la inmovilidad de la imaginación, la corrosiva y destructora máquina de sueños es “la realidad”, esa a la que se aferran tantos idiotas, literatos, filósofos, doctores y maestros. Yo creo en la locura como método de liberación y retorno, un verdadero retorno, a los ancestrales sueños de nuestra vida marchita, allá en lontananza, donde las estrellas duermen bajo la almohada de una virgen doncella, donde el “ser” y “la cosa” son jaulas para perros rabiosos y la ominosa muerte burla las fronteras de lo racional.
Porque se ha visto la locura como cara decadente y podrida de la humanidad, pero si la locura ha de graduarse (y no al modo platónico) he de pensar que la peor locura es la del “buen vivir”, esa destructora de vida, esa contradictoria y sutil manera de asesinar la vida, esa clase de locura es a la que yo renuncio. Si loco he de volverme, será de placer y vicio, pero no de virtud.

lunes, 28 de marzo de 2011

El Puente


Muchas veces lo vi caminando cerca de allí, mirando el agua caer sobre el agua, como si de un espectáculo irrepetible se tratara. Pablo vivía absorto ante la caída de la lluvia sobre el riachuelo que cruzaba nuestro pequeño pueblo, contemplaba el golpear de las gotas sobre el agua, luego miraba el cielo y decía en voz alta "cuando las gotas caen sobre mi cara, forman un meandro". En ese entonces yo no sabía lo que era un meandro, y no me preocupé en buscarlo en el diccionario, luego, muchos años después, supe que era simplemente una curva muy acentuada marcada por el curso de algún río, ¿lo habré visto en algún libro de Ciencias Naturales? ¿o fue por pura casualidad que me encontré con esa palabra? No lo se, pero cuando leí acerca de los meandros no podía dejar de pensar en el rostro de aquel infeliz, que no vivía para otra cosa que no fuera contemplar el monótono espectáculo de la lluvia.

Hoy ha sido un día lluvioso, he intentado infructuosamente tratar de escribir unas líneas decentes para un artículo sobre lo grotesco en el arte contemporáneo, y lo único que he logrado es ridiculizarme frente a mis cuadernos de notas. Me animé entonces a participar de aquel antiguo ritual del cual yo era espectador en mis años de infancia, decidí salir a ver como caían las gotas de lluvia sobre el agua y he aquí una historia asombrosa acerca del extraño acontecimiento del cual fui testigo y víctima.

Ya dije que hoy llueve, casi constantemente. Tomé un abrigo, me puse un par de botas de caucho (siempre he detestado que mis pies se mojen con el agua inmunda de las calles)y salí a la calle. El frío que hacía era terrible, un viento gélido soplaba del norte y de repente recordé aquel otoño en Bratislava, hace más de diez años me encontraba yo en aquella hermosa ciudad, rodeado del puntual ocre otoñal, cuando un soplo de viento me heló hasta la médula y caí inconsciente al piso, nunca supe la causa de aquel suceso, pero algunos dicen que la fría muerte no sopló con suficiente fuerza y tan sólo logró hacerme caer al suelo, no enterrarme en él. Continúo pues con mi extraordinario relato, del cual quizás algunos se burlarán, pero a este punto muy poco me importan aquellos que dudan de mi cordura o de mis capacidades descriptivas, lo que me sucedió sobre el puente es real, y si Pablo viviera entre nosotros comprobaría la veracidad de mi historia.

Salí entonces de mi casa dando grandes zancadas y en seguida sentí que varios meandros se formaban en mi rostro, medité largamente sobre esto y llegué a la conclusión de que no eran muchos meandros, sino un delta lo que forman las gotas de la lluvia al chocar contra mi cara, un delta que se ve interrumpido por la montaña que describe mi nariz, o por la enorme fosa de mi boca, un delta que a veces surge de la abertura de mis ojos y va dar al estéril piso de mi vejada casa. Crucé por la calle de Los Olmos, yerma como su nombre, infestada de plagas ebrias y nauseabundas, seguí recto y salí a la pequeña avenida que cruza la nueva "ciudad", término inapropiado para una extensión de menos de 20 kilómetros, donde abundan escritores frustrados y prostitutas retiradas. Iba completamente empapado, mirando el gris del cielo a intérvalos, probando intermitentemente el fresco sabor de la lluvia y saltando cual niño sobre los charcos. Al fin llegué al ansiado lugar, lucía igual que hace cuarenta años, igual de vejado, parecía una miniatura de un antiguo acueducto romano, y bajo la torrencial lluvia que ahora caía de verdad parecía encontrarme entre ruinas. Así que allí estaba, parado en el mismo lugar donde mi admirado idiota contemplaba caer la lluvia sobre el arroyo, en aquel lugar lo vi por última vez, recuerdo su rostro eufórico y desquiciado a punto de saltar, pero ¿a dónde?.

Puse mis manos sobre el ferroso y oxidado pasamanos del puente, me incliné un poco para ver la corriente pasar y de pronto sentí un leve temblor bajo mis pies, pensé que sería alguna roca que dió contra las bases del pequeño puente e hice caso omiso del pequeño incidente. Llovía a cántaros y no podía siquiera ver los viejos techos del pueblo, oí un estruendo que venía debajo del puente y frente a mi se apareció una extraña criatura, su piel tenía una apariencia gelatinosa y sus ojos casi se salían de sus órbitas, la nariz grande y achatada estaba cubierta de unas extrañas protuberancias negras y en vez de cabello le colgaban largas tiras de lo que parecían algas. No podría describir más a la extraña criatura pues ya nada puedo recordar de nuestro encuentro, después de eso me encontraron tendido en la orilla del arroyo, con la mirada fría, la piel blancuzca y los miembros rígidos. Durante años he intentado encontrar la respuesta al enigma de mi aparición ¿cómo llegué hasta allí? ¿por qué salté? Aún en el mundo de los muertos intento buscar una explicación razonable al extraño suceso, no recuerdo haber saltado, tampoco que el puente cayera.

Ayer he hablado con Pablo, tampoco él recuerda haber saltado, me contó una historia similar a la mía, me habló de una extraña mujer de apariencia bastante asquerosa, pero él vive en su morada, bajo el agua turbia de aquel antiguo arroyo ¿Será ella la muerte?. Yo en cambio intento en vano razonar sobre lo irrazonable, buscando una explicación a una historia que todos han olvidado. ¿Habré saltado al igual que lo hizo aquel desgraciado? ¿Me habré convertido yo en el mismo espectáculo al que solía asistir? ¿Quién vendrá a por mi a contarme la historia de mi muerte?