martes, 14 de diciembre de 2010

Basura Humana.


Se había quedado dormida entre toda su inmundicia. Alrededor de aquella asquerosa mujer se apiñaban latas, papeles llenos de cualquier cantidad de condimentos y salsas, viejas fotografías, prendas de vestir con moho, piel de frutas, huesos verdes, cabello, uñas y otra infinidad de porquerías. Ella estaba tendida sobre un viejo colchón roto, quemado por colillas de cigarrillos, manchado de sudor, regla, orina y sus absurdas lágrimas. Se arropaba con una manta que parecía un coladero, roída por los ratones, cagada por las cucarachas. Todo aquello se me presenta ahora indescriptible, lo que les describo en este relato no se asoma a la verdadera aquerosaidad que absorbía a aquella mujer, y yo debía lidiar con ella y su inmundicia, yo no tenía a donde ir. Pero esa noche acabé con todo, justo después de que la vi rendirse al culto del sueño acabé con esa repulsiva pesadilla. Relataré cuales fueron las circunstancias que me llevaron a cometer tal atrocidad y al final les diré cómo acabé con la miserable vida de la asquerosa mujer.

La odie desde el principio, desde que vi su cuerpo desnudo, fofo y desproporcionado como el de la Venus de Willendorf. No había ningún atractivo en ella, su voz era intolerable, tosca y descuidada al hablar, sus manos masculinas y su cara demasiado idiota me proporcionaban tal repulsión que a veces me venían arcadas y tenía que huír de ella, huír como si de la peste negra se tratara, porque a veces desarrollamos tal aversión hacia alguien, que terminamos enfermando con su sola presencia. Yo intentaba no odiarla, pero cada detalle en ella me hacía actuar contrariamente, comía con la boca abierta, chasqueaba al masticar, caminaba descalza con el piso sucio, tiraba restos de comida al piso y no utilizaba los vasos para tomar agua, sino que lo hacía directamente de la jarra, sin importarle que también yo bebía del mismo líquido. Una noche sentí graves deseos de estrangularla o ahogarla dentro del mismo recipiente de agua, pues la vi tomar directamente de el luego de haber comido pescado, nada más repulsivo se le podía ocurrir a la mujer ¡mujer!.

Poco a poco fueron creciendo sus suciedades, cuando le venía la regla, se limpiaba con cualquier objeto que tuviera a la mano, incluso mis prendas de vestir. Fumaba y tiraba las colillas al piso, bebía y el resto del líquido iba a parar a sus pies, todo en un descontrolado deseo por ensuciar, era como si su necesidad primigenia fuera contaminarlo todo.

Un día dejó de lavarse el cabello, yo le rogaba que lo hiciera, que eso traería más moscas, más cucarachas y cualquier otra cantidad de animalillos a la casa, pero ella desobedeció como siempre y continuó en su desaseo. Aquello en su cabeza era ahora un cuerpo inmóvil lleno de grasa, la sola idea de pensar en la cantidad de bacterías, animales y porquerías que allí se encontraban me producían un asco enorme, las lágrimas corrían entre mi cansado rostro, el odio que sentía hacia ese ser humano despreciable e ínfimo me hacía perder el control de mis emociones. Cuando se antojaba de beber alcohol todo empeoraba, la bestia defecaba en la sala y llena de mierda se iba a dormir, el olor insoportable me obligaba a mantenerme en vela toda la noche, fumando cigarrillos en la ventana.

El clímax de su pervertida asquerosidad fue dejar de bañarse, supe entonces que pronto moriría de alguna infección o algo, pero ese momento nunca llegaba. Incluso llegó a cortarse con una lata de dulces en almíbar (que tanto le gustaban a la pobre) pero la desgraciada no contrajo ninguna infección. No bastaba con la podredumbre de su cuerpo, ahora todo desecho iba a parar al piso, a su alrededor. Así fue como poco a poco fue amontonando la basura en los cuatro puntos cardinales de su came: al norte abundaban sobre todo latas y pieles de frutas, al sur tiraba siempre los huesos y trozos de carne que no podía masticar, al este había millones de colillas de cigarrillos, pues fumaba con su mano derecha y al oeste había papeles manchados de grasa, sangre y otros fluídos coroporales que prefiero no nombrar.

Pronto todo el lugar comenzó a apestar y decidí en ese mismo instante que debía acabar con la vida de esa miserable mujer. Habían pasado dos años desde que me mudé con ella, uno de los cuales había sido medianamente soportable, pero a partir del décimo cuarto mes, todo había ido de mal en peor. La justicia de la divina Atenea no hubiera bastado para inflingir un castigo lo suficientemente fuerte a ese despreciable ser. Yo quería que se tragara su propia inmundicia ¿pero cómo lograría tal empresa? Entonces me vi iluminado como una mañana veraniega por la maravillosa idea de dejarla dormirse, y luego actuar.

La noche del crimen evité darle cualquier alimento o bebida que contuviera cafeína o algún energizante, le di de comer mucha pasta, pues es bien sabido que ese alimento produce somnolencia. Dentro de un cigarrillo inyecté unas gotas de un somnífero natural cuyo nombre no recuerdo, pues entre estas tres paredes y los barrotes al frente, muchas cosas se olvidan. Así la mujer cayó tendida sobre su cama-basura y proseguí con mi macabra pero liberante acción. Primero le inflingí dos golpes en la cabeza y quedó completamente inconsciente, seguidamente la rocié con un fuerte desinfectante para inodoros y con unos guantes puestos me dediqué a levantarla y sentarla sobre una silla. Tenía puertas y ventanas bien cerradas, puse música con un volumen que no permitiera escuchar los gritos que pronto la mujer iba a comenzar a emitir. La desperté con varios golpes en las rodillas y su enorme barriga, cuando abrió los ojos y vio la situación en la que se encontraba, intentó gritar, pero en seguida llené su boca con mierda y carne podre que había encontrado en un contenedor de basura. Las lágrimas bajaban en torrentes sobre sus gordos cachetes, me suplicaba, pedía piedad y perdón. Pero yo no iba a detenerme, ella nunca se detuvo.

Acto seguido introduje en su boca sus propias colillas de cigarro, varias encendidas, quería lacerarla infinitamente, quería que probara toda su basura. Sabiendo que aún tenía fuerzas para gritar, decidí tapar su boca, pues la siguiente etapa de tortura era el final del acto. Tomé un cuchillo común y comencé a abrir el enorme vientre de la vasta mujer ¡cuánto asco, cuánta basura y podredumbre había dentro! El insoportable olor me hizo vomitar a los pies de la bestia y ella lo hizo sobre mi, en medio de mi cólera le clavé repetidas veces el cuchillo en el estómago, la pobre infeliz se quejaba casi en silencio, poco a poco iba cayendo en el abismo de la muerte. Proseguí con mi trabajo y la abrí por completo, yo no sabía cuál era el estómago, no me interesaba tampoco ignorar la anatomía del cuerpo humano, sólo me dediqué a introducir todo lo que pude en su interior: latas, papel, huesos, pelos, cigarrillos y todo lo que encontrara cerca de mi. Así la dejé, llena con su propia basura, comiendo su propia inmundicia, finalmente murió llena de lo que ella había creado. Pronto comparecieron sus verdaderos amigos, ratas, cucarachas y moscas se dieron un festín durante horas.

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