lunes, 15 de noviembre de 2010

Sobre el miedo.


El acto más importante de nuestra vida es la muerte. Ernest Renan.

Dentro de las terribles calamidades que azotan el alma de los desgraciados, el miedo es sin duda la más cruel y eficaz. Punzante, frío, astuto, engañador por antonomasia, el miedo se disfraza de virtud, de encanto, incluso de valor. Las últimas semanas han logrado sacar lágrimas negras de mis demacrados ojos, pero el germen de todo ese llanto ha venido de mi antiguo temor a demostrar la debilidad de mis costados, siempre me he resguardado de no demostrar "un sólo punto débil", es decir, siempre el miedo se ha disfrazado de engaño, ha tocado a mi puerta y le he alojado como si se tratara de un invitado deseado. Oculté por demasiado tiempo la ausencia de "ella", ocultaba la palidez de mi alma con absurdos trajes coloridos ¡cómo si alma disfrazada fuera un escudo contra el dolor! Yo palidecí poco a poco, me hundía en la ciénaga de la incertidumbre, pero me hundía solo, siempre la soledad fue mi mejor compañera ¿absurdo comentario este? ¿es cierto qué la soledad es una peste cuya única necesidad es destruir la felicidad del hombre? ¡Qué fútil engaño es ese y qué vergonzoso es pronunciarlo! En la soledad encuentras el verdadero sentido y valor de las cosas, pues estás libre de la influencia de las corruptas almas de aquellos que te llevan a la absurda concepción de leyes que realmente terminan por acabarte, por ejemplo una moral universal.

Con el paso del tiempo creí que mi enemigo se alejaría para siempre, buscando refugio en espíritus débiles e inocuos, pero me equivocaba y resultó que la presa más fácil y más predecible era yo. Esto se explica muy fácilmente: siempre cantamos victoria cuando creemos haber vencido algún temor, pero lo hacemos simplemente para autoafirmarnos que somos capaces de hacerlo, mas nunca nos cercioramos realmente de ello. No bastaba con el regreso de antiguos fantasmas que yo creí haber expulsado de mi mundo, ahora venían cantidades de criaturas salvajes que acabarían por devorarme entero, sumiéndome en el terrible dolor de ser desmembrado miembro por miembro, es decir, me hundirían en mis temores más profundos. Así fue como nuevamente la luz debía permanecer prendida durante mi sueño, también regresé al hábito de llorar bajo las sábanas, volví a probar la tierra y sus parásitos, caminé nuevamente sobre brasas y dejé de lado la cordura social para dar paso a la cordura subjetiva.

Ahora mismo me encuentro embargado de temores, la zozobra es mi pan de cada día. ¿Quiénes viven sin miedo? ¡Cuánta blasfemia saldría de mi boca si me atreviera a aseverar quiénes lo hacen! Pero realmente no lo se y la incertidumbre es mi mayor temor. En la bebida bacanal encontré descanso, pero la resaca terminaba por desnutrir la posibilidad de levantarme y renuncia a mi infantil temor a la vida ¿lo he dicho tan prematuramente? ¿vivir es el mayor temor del ser humano? Es mi más sensata y ardua convicción, más no obligo a ser humano alguno a creer en las palabras de un jovenzuelo cuya carrera en la vida se ha basado tan sólo en un somero repaso a la literatura universal, a la evolución y a refutar las tesis religiosas sobre el buen vivir.

He confesado aquí entonces que no podemos librarnos jamás del temor mayor, de ese verbo llamado vivir, una palabra que encierra las más infinitas contradicciones. Siento mucho haberlo hecho tan apresuradamente, a veces no logro filtrar en mis escritos el mayor número de explicaciones posibles a mis tesis, pero he ofrecido algunas de mis visiones y eso basta para mi, para el más cobarde de los seres humanos.

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