viernes, 12 de diciembre de 2008

Viciado


Nuevamente en la selva que adoro, la que me ofrece peligros y desventuras, alegrías y sueños, la selva de concreto que tenemos como capital, Caracas. Extraño a mis amigos, Emily en especial a ti, añoro que me reprendas a cada momento por lo imbécil y animal que a veces soy, tú Isaac, tu inocencia me hace sentir que aún existe la nobleza en las personas, Karol, tú me haces reír demasiado y cuando te he necesitado jamás me has fallado.


Pero soy un adicto al humo, la contaminación, el peligro, la locura y el desenfreno capitalino, adoro envolverme en las sábanas de este ambiente tan viciado. Amo sentir la brisa tibia cuando se acerca el metro, amo caminar como un loco entre la multitud, detesto pensar en regresar, odio pensar en regresar, me aburre pensarlo. Me siento abrumado a veces con tantos pensamientos que llegan a mi ennegrecido cerebro, pero salgo a la calle a recibir el aire caliente de la ciudad y nuevamente soy feliz, no una felicidad plena como la que todos anhelamos, pero soy feliz en ese momento y unas horas más tarde sigo siendo feliz, creo que mi felicidad llega cuando no pienso.


Las noches son lo mejor, esas en las que me echo en el sofá de la casa de mi amiga y me pongo a pensar: ¿Regreso al paraíso para sufrir y ser infeliz? ¿O me quedo en el infierno a ser feliz? Maldita sea ¿por qué no soy hijo de Merlín?




1 comentario:

Emily Rangel dijo...

No sé donde escuché algo como: vivimos para ser felices, no importa cómo, por ejemplo yo fui feliz leyendo el Infierno de Dante, yo soy feliz aquí; digamos, con todo lo que eso conlleva, y en sí, ¿felicidad? ¿Qué es eso? Sólo he aprendido una cosa, a disfrutar los contables momentos de felicidad, que obviamente no es plena, pues me imagino que si así fuera ya estaríamos hartos de la felicidad y entonces perdería sentido estar feliz o sentirse uno feliz. No hay que desperdiciar los momentos o los lugares que nos llenan buscando la "felicidad plena" que al final, no existe.

Si ese infierno lo hace feliz, disfrútelo hasta que se harte y tenga otros motivos de hallar momentos de felicidad.

Eso sí, tiene que estar seguro si lo que siente es verdaderamente "La felicidad" o sólo estados extáticos ante la novedad, que, particularmente en su caso, no le convendría.