
Así me siento hoy. Mientras mi verguenza se diluye en una copa de vino blanco, mi inocencia se suprime en el teclado del ordenador y los ojos de la justicia se pasean y escudriñan minuiciosamente sobre mis atrocidades. Me juzgan, me torturan y dictan mi sentencia, yo sentado frente a mi amado jurado solo puedo agachar la cabeza y aceptar afablemente mi sentencia. Paradójicamente a mi estado de sentenciado hay días en los que me siento como juez y deseo enviar a todos mis "condenados" a la más pútrida e infectada celda infernal jamás elaborada, atarles grilletes oxidados a sus inclenques tobillos y darles de comer en el suelo, para que de ese modo se sientan más cerca del origen y del fin, porque es el suelo nuestra verdadera morada, nuestra matriz y tumba, cárcel perpetua y espacio liberador.